En principio al pensar en la impotencia consideramos la misma en su absolutez como negación de toda posibilidad. Pero una negación completa de toda posibilidad es una contradicción, ya que la posibilidad de esta misma negación quedaría autonegada. Por lo tanto una impotencia absoluta no es posible... es decir... de un modo irónico... es impotente. Por lo tanto solo pueden existir grados de impotencia y en determinados marcos de consideración de posibilidades.
Por supuesto que el anterior razonamiento podría verse en tela de juicio si lo que se considera es la potencia individual de vida... el potencial de existencia individual de un ser vivo... pues la muerte resulta inevitable y por lo tanto ella vendría a ser la reducción de la vida individual a la impotencia absoluta.
Bueno... si considerasemos que el potencial de vida es una constante y que la muerte lo cercena de manera abrupta y terminante entonces la muerte vendría a ser este absurdo. Pero si consideramos que el potencial de vida no es una constante sino una variable de valores decrecientes que pasa de la creatividad, de la plasticidad futurible del ser recién concebido a la degradación mecánica y olvidadiza del ser envejecido o la mutilación dolorosa del ser dañado por fuerzas exteriores, entonces la muerte no viene a ser tal absurdo sino la crisis final del desgaste de la potencia vital o un apagón inducido por el juego de potencias vitales y extravitales en que se enreda la limitada potencia de vida individual.
Sin embargo, el hecho de que la muerte no sea la negación de la potencia vital individual de manera absoluta por cuanto esta potencia lleva en si o sufre exteriormente las causas de esta negación con anterioridad a la ruptura de la muerte, ello no parece indicarnos que deje de existir una destinación del individuo a la reducción absoluta de su existencia a la impotencia de la inexistencia, incluso por la via de su degradación intrínseca, siendo la muerte un aporte de impotencia que cierra el círculo de esa absolutez. Es decir, que el individuo, puesto así en el universo, es solo una fugaz criatura fenoménica destinada a ser destruida por completo en el proceso mismo que lo engendra, sin escapatoria alguna. ¿Es este absurdo finalmente irrevocable por más que se sostenga nuestro primer razonamiento, el que nos indica que una impotencia absoluta es imposible?
Lo que nos puede evitar el caer en esta sórdida conclusión es repensar el concepto mismo de la potencia vital individual. Al pensar en ella y su destrucción la pensamos separadamente del resto del universo y no como una acumulación puntual de potencia cósmica. En efecto, si pensamos en el individuo como una mera centración y entrelazamiento puntual de energía e información cuyos bordes no son tan nítidos como nos suele parecer, al pensar en el individuo como una aglomeración fugaz de los flujos y reflujos de la energía viviente y la energía universal, entonces no es posible ver ya la muerte o la degradación más que como un pasaje de la energía de una estructura a otra, de una acumulación de potencia a otra. Desde esta perspectiva toda potencia vital individual es una potencia prestada momentáneamente por el juego vital al individuo y que no lo consolida sino que solo lo configura del mismo modo que la ola resulta configurada sobre la superficie del mar. No se trata sin embargo de afirmar que la individualidad es una ilusión como suelen afirmar ciertas filosofías, sino simplemente de negar que el individuo tenga propiedad en algún sentido sobre su existencia... el individuo no posee ni siquiera su vida y por lo tanto no puede ser desposeído de ella ni de ninguna ilusoria propiedad. Ello quiere decir que no hay ninguna reducción a la impotencia ni con la muerte, ni con el envejecimiento ni con la destrucción por parte de fuerzas exteriores, sino solo una devolución del préstamo energético configurador.
Así pues solo la idea de la participación sumergida de la individualidad en la totalidad nos permite superar el camino absurdo de las consideraciones nihilistas que anteponen la muerte a la vida, no suponiendo en ello la supresión de la invidualidad en la totalidad y negando de manera tajante la validez de la idea de propiedad. Esto último nos puede hacer sospechar que la idea de propiedad está directamente relacionada con el temor a la muerte y con la percepción de impotencia. Es decir, nos permite suponer que todo el sistema de vida humano basado en la propiedad es el sistema de la muerte, el miedo y la impotencia en tanto que a través de la propiedad el individuo procura constantemente y de manera absurda, trágica y hasta estúpida, retener su vida contra el deshacimiento inevitable. La avaricia de vida está atrás del régimen de propiedad en el sentido de que el individuo avaro de vida, que quiere llevar la vida al cántaro de sus propios límites y consumirla allí sin fin, construye esos mismos limites como si tejiera membranas de un solo sentido.
Por supuesto que el régimen de propiedad tendió desde sus orígenes a perpetuarse en la forma de una perpetuación de la propiedad por herencia ilimitada y eterna, es decir, se solventó a lo largo de los miles de años de su existencia como un esfuerzo suprageneracional de perpetuación del individuo en las generaciones futuras, perpetuación maligna que constituye finalmente un latrocinio de las viejas generaciones sobre las nuevas al retener aquellas mediante esta perpetuación riendas de destinación sobre los nuevos vivos.
Lo que nos queda por pensar aquí después de exhibir la directa relación entre la propiedad y su perpetuación mediante herencia ilimitada y la obsesión contra la muerte y la degradación de la vida individual, relación que ha quedado simbolizada en las monstruosas pirámides faraónicas egipcias, es que una superación del régimen de propiedad en la forma de la supresión de la perpetuación ilimitada de la misma como mínimo, es el camino para una conciencia humana abierta al universo y a si misma participativamente y alejada del miedo absurdo a la extinción individual y la percepción impotente de la existencia.
Saludos y esperando vuestros comentarios,
Profesor Fernando Gutiérrez Almeira.
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